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Thursday, October 29, 2015

Some Bible Story Images -- Free! -- for Sunday School


Free Bible images


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Monday, October 26, 2015

Un Testimonio de Fe de Parte de Un Sacerdote de la Iglesia Católica Romana

Dios puede salvar a cualquiera, en cualquier momento y en cualquier lugar.





Sacerdote, pero desconocido para Dios

Joseph Tremblay


Donde quiera que se encuentra la persona, cualquiera sea su profesión, cualquiera
sea su raza, Dios todavía puede salvar en nuestros días a quien se arrepiente de sus
pecados y confía en Jesucristo para su salvación. Mi propia experiencia es un
testimonio de ello.
Todo comenzó en 1964 en Chile, cuando era misionero de la congregación de los
Padres Oblatos de María Inmaculada y terminó en Canadá en 1966. ¿Qué ocurrió
entre esas dos fechas? La salvación de mi alma. Había querido entregarme al Señor.
En realidad pensaba que ya lo había hecho por ser miembro de la religión en la que
había nacido. Pero un día Dios me abrió los ojos, permitiéndome comprender mi
pecado y su camino de salvación. Esto es lo que ocurrió.
Nací en Quebec, Canadá, en 1924. Desde la niñez mis padres me inculcaron un
gran respeto a Dios. Yo deseaba intensamente servirle lo mejor que pudiera y
consagrarme totalmente a él para poder agradarle, según las palabras del apóstol
Pablo: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional” (Romanos 12:1). Fue este deseo de agradarle lo que me motivó a decidir
tomar las Ordenes Sagradas de la Iglesia Católica Romana.
Misionero en Bolivia
Luego de varios años de estudio fui ordenado sacerdote en Roma, Italia. Un año
después me enviaron como misionero a Bolivia y Chile, donde serví durante más de
trece años. Me gustaba esa vida mucho, y trataba de cumplir lo mejor posible mis
responsabilidades. Disfrutaba la amistad de todos mis colegas, e incluso si me
miraban con cierta ironía por mi pronunciado gusto por el estudio de la Biblia, sus
invitaciones a compartir con ellos los resultados de mis estudios evidenciaba su
aprobación. Cuando me llamaban “Joe la Biblia”, yo sabía que a pesar de la expresión
sarcástica, en realidad me envidiaban. Mis fieles también apreciaban el ministerio de
la Palabra de Dios, tanto que organizaron un club para hacer estudios bíblicos en los
hogares. Me sentía impulsado a entregarme al ferviente estudio de la Biblia, tanto
para prepararme para las improvisadas reuniones caseras como para preparar mis
sermones del domingo.
Estudios bíblicos serios
El estudio de la Biblia, que hasta ese momento había sido solamente un
pasatiempo, pronto se convirtió en una obligación profesional. Tomé conciencia de
la claridad con que se enseñaban allí algunas verdades, y por otra parte, descubrí que
no había nada en absoluto escrito sobre muchos dogmas que yo había estudiado.
Mis estudios bíblicos me revelaron que yo no conocía la Biblia. Cuando llegó mi
período de vacaciones, les sugerí a mis superiores que quería hacer estudios más
profundos de la Biblia. Mientras tanto, los jesuitas de Antofagasta me invitaron a
enseñar Biblia en la Escuela Normal de la Universidad que ellos dirigían. No sé cómo
supieron de mi interés en la Biblia. A pesar de mi falta de preparación, acepté la
invitación, sabiendo que esta nueva responsabilidad requeriría estudios todavía más
serios de la Palabra de Dios.
El Evangelio por la radio
Consagré horas, días y noches a la preparación de mis clases, mis reuniones y mis
sermones. Para mantener el ánimo durante mis lecturas y estudios, tenía la
costumbre de escuchar música. Me habían regalado una pequeña radio a transistores
en la que podía escuchar hermosa música de fondo sin tener que estar cambiando los
discos. Fue así que un día me di cuenta de que lo que me estaba llegando por medio
de la pequeña radio eran himnos y música religiosa. Escuchaba la palabra “Jesús” de
tanto en tanto mientras leía la Biblia o los comentarios bíblicos. La atmósfera era
muy propicia. Pero los himnos no siguieron mucho tiempo. Les siguió un breve
lectura bíblica. El último versículo de la lectura me llamó la atención: “Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). El sermón que siguió se basaba en este
versículo. Al comienzo me sentí tentado a cambiar el dial, porque me distraería
mucho escuchar hablar mientras trataba de estudiar. Además, pensé interiormente:
¿qué más me puede enseñar este ministro, después de todo? A mí, con todas mis
acreditaciones. Yo podría enseñarle a él. Después de dudar un momento, decidí
escuchar lo que tenía para decir y, verdaderamente, aprendí algunas de las cosas
más maravillosas en relación con la persona de Jesucristo. Incluso me llenó de
vergüenza saber, sin lugar a dudas, que yo no hubiera podido hacerlo tan bien como
la persona que había hablado. Me había parecido que era Jesús mismo quien me
estaba hablando, que El estaba allí mismo frente a mí. Y qué poco lo conocía, a este
Jesús, quien sin embargo era el objeto de mis pensamientos y de mis estudios. Sentí
que estaba lejos de mí. Era la primera vez que se me había presentado un
sentimiento así en relación a Jesucristo. Parecía muy extraño. Parecía como si todo
mi ser no tuviera otra cosa que vacío, alrededor del cual había levantado una
estructura de principios y dogmas teológicos, hermosa, bien construida, bien
ilustrada, pero que no había tocado mi alma, que no había cambiado mi ser. Sentí un
gran vacío dentro mío. Y a pesar del hecho de que continué estudiando y
atracándome de lectura, oración y meditación, este vacío crecía con cada día que
pasaba.
Conocí la salvación por gracia
Seguí escuchando esa estación radial, en cada programa que podía. Me enteré de
que la estación estaba en Quito. Era la HCJB. También supe que era una estación
radial dedicada exclusivamente a la predicación del Evangelio a todo el mundo. A
veces me sentía muy conmovido por todo lo que escuchaba y en esas ocasiones
escribía directamente a la estación para agradecerles y pedirles información.
Lo que más me impresionó de todo lo que escuché fue la insistencia con que se
hablaba de la salvación por gracia, de que todo el mérito de la salvación del hombre
debía darse, no al que se salvaba sino al Señor Jesucristo, el único Salvador; que el
hombre no tenía de qué jactarse, que sus obras no eran otra cosa que trapos sucios,
que la vida eterna se podía recibir en el alma solamente como un don gratuito, que
no era una recompensa a cambio de méritos logrados sino un regalo inmerecido de
Dios a cualquiera que se arrepintiera de sus pecados y recibiera a Jesús en su corazón
y en su vida como Salvador personal. Todo eso era nuevo para mí. Era contrario a la
teología que se me había enseñado: que el cielo y la vida eterna se obtienen por los
méritos propios, la rectitud, la caridad y los sacrificios. Y eso era por lo que yo había
estado esforzándome tantos años. Pero, ¿cuál era el resultado de mis esfuerzos?
Al pensar en el asunto, me dije: No he ganado nada. Si cometo un pecado mortal,
iré al infierno si muero en ese estado. Mi teología me había enseñado que la
salvación es por obras y sacrificios. En la Biblia descubro una salvación gratuita. Mi
teología no me da ninguna seguridad de la salvación; la Biblia me la ofrece. Me
siento confundido. Tal vez debería dejar de escuchar esos programas evangélicos.
Mi batalla interior estaba tomando proporciones alarmantes. La sufría en el
cuerpo y en el alma, con dolores de cabeza, insomnio, temor al infierno. No tenía
ningún deseo de celebrar la misa ni escuchar confesiones. Mi alma tenía más
necesidad de perdón y consuelo que todas las demás personas con las que estaba en
contacto. Evitaba a todo el mundo.
Pero Dios siguió hablándome en la soledad de mi alma angustiada. Afloraban a
mi mente muchas preguntas. La Palabra de Dios vino en mi rescate, untando un
bálsamo refrescante sobre mis emociones afiebradas. “Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16). “Por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia,
mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:23‐24). “Porque la paga del
pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”
(Romanos 6:23). Muchos otros versículos vinieron a mi mente, versículos que conocía
porque los había oído con frecuencia por la radio de la estación HCJB.
Mi iglesia Madre
Comencé a pensar que debía hablar con mi superior. Un hombre muy sabio y
verdadero padre para todos, ya había notado mi actitud. Comentó que yo había
cambiado, que algo andaba mal. Le expliqué por qué había cambiado. Me dejó
hablar. Al terminar mi confesión le dije: “No solamente me gustaría leer y estudiar la
Biblia, sino también tratar de adaptar mi vida a lo que ella dice, vivir de acuerdo a lo
que está escrito en ella sin imposiciones de hombres”. Su respuesta fue muy vaga.
No quería ofenderme. Me aconsejó seguir leyendo la Biblia, pero me recordó que
debía mantener mi fidelidad a las enseñanzas de nuestra “madre, la santa iglesia”, a
quien debemos someternos incluso en lo que no entendemos. Escuché a mi superior
con todo el respeto que le debía. El mismo no estaba seguro de su salvación. Pero en
mi corazón yo había perdido la confianza en mi iglesia porque no enseñaba sobre la
seguridad de la salvación. Ya se había producido una fisura en mi corazón, que
crecería y rompería todo, y más rápido de lo que yo mismo esperaba.
La luz brilló en mi corazón en el momento que menos lo esperaba. Me tocaba
predicar en mi parroquia. Para ese domingo había elegido como tema la “Hipocresía
religiosa”, basándome en el pasaje de la Biblia que dice: “No todo el que me dice:
Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre
que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en
tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros? Y entonces les declararé: No os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad”
(Mateo 7:21‐23).
El Espíritu Santo obra
Yo conocía a mis fieles. Quería llevar su atención a la vanagloria que
manifestaban ciertas personas en relación a sus buenas obras, olvidando que sus
buenas obras con frecuencia ocultaban un corazón corrupto. Mientras daba mi
mensaje, estaba consciente de que la Palabra de Dios se volvía hacia mí, como una
pelota de ping‐pong que rebota y golpea al jugador en la cara. Es curioso ver cómo el
espíritu humano, en pocos segundos, puede construir un marco de pensamiento
completo, que quizá llevaría horas poner en palabras. Fue así que, mientras yo daba
mi mensaje, algún otro estaba hablando a mi corazón y predicando un sermón
precisamente adaptado a mi necesidad personal. Yo pensaba que, por ser religioso y
sacerdote, era mejor que todos los que me estaban escuchando. Y sin embargo, esas
palabras también golpearían mis oídos algún día: “Nunca os conocí, apartaos de mí”.
Escuché mis propios argumentos frente a esa amenaza y condena: ¿Cómo es
posible, mi Dios, que no me conozcas? ¿Acaso no soy tu sacerdote? ¿No soy un
religioso? Mira todos los sacrificios que he hecho por ti: los años de estudio, la
separación de mi familia y mi país, mis votos de pobreza, obediencia y castidad,
consagrándote todas mis riquezas, mi voluntad, incluso mi cuerpo, para servirte
mejor? ¿Y me dices que no me conoces? Piensa en todos los sufrimientos que he
padecido durante mi vida misionera: no siempre he comido lo suficiente, he llorado
con los que lloraban, he bautizado cientos de niños, he escuchado toda clase de
confesiones, he consolado tantas almas desesperadas y angustiadas, he pasado frío,
soledad, desprecio, ingratitud, amenazas, incluso estoy dispuesto a dar mi vida por
ti.
A pesar de todos los argumentos que presentaba a Dios, la misma condenación
seguía resonando en mis oídos: “Nunca os conocí . . . “ Había llegado al final de mis
argumentos, al final de mis fuerzas. Sentí que me vendría abajo y comenzaría a llorar
allí mismo frente a los fieles, que también percibían la tormenta que se avecinaba.
Me era imposible soportar la desilusión que sentí al ser confrontado con esa terrible
frustración de los propósitos de toda mi vida, frente a mis pecados y a la
condenación de Dios. Me refugié en mi oficina.
Allí, de rodillas, esperé hasta que volviera la calma. ¿A dónde iría ahora? Tal vez
mi teología me salvaría, si volviera a ella y siguiera fielmente sus dogmas y
preceptos. Pero esa teología a la que estaba pensando adherirme otra vez ya había
comenzado a experimentar el desorden, el cambio, la destrucción. Mis pensamientos
se volvieron hacia mis amigos. Pero ellos estaban en la misma situación que yo: la
incertidumbre. ¿Confiar en mí mismo? Ya no podía contar con mis buenas obras.
Mirándome, me sentía una ruina total. No podía hacer nada, estaba en un estado de
completo agotamiento, deprimido y desilusionado. Este fue el momento en que Dios
me dio Su gracia. “La necesidad del hombre es la oportunidad de Dios”.
Después de la convicción de pecado –la respuesta
Durante todas mis reflexiones, Dios estaba preparando su Palabra de salvación:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8‐9). Fue aquí donde entendí mi
error y el motivo del rechazo de Dios. Había estado tratando de salvarme por mis
obras; Dios quería salvarme por gracia. Alguien ya se había ocupado de mis pecados
y del juicio que merecían. Ese alguien era Cristo Jesús. Fue por eso que murió en la
cruz. Fue por los pecados de otro que murió, porque él mismo nunca pecó. ¿Por los
pecados de quién entonces murió? ¿Sería por los míos? Sí, por los míos. Recordé las
palabras de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar” (Mateo 11:28). Entendí que debía ir a Jesús si quería tener la seguridad de
la salvación y paz en el alma. Tuve la intención de preguntarle: “Pero, ¿dónde estás
Jesús, para que pueda asirme de Ti?” Pero antes de que este grito de impaciencia
brotara de mi corazón recordé otras palabras que había oído: “He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él
conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Ahora sabía dónde estaba Jesús. Estaba más cerca de lo que creía. Me apresuré a
invitarlo a entrar a mi corazón, sin esperar a pedir permiso a ningún hombre: “Entra,
Señor Jesús; entra en mi corazón. Sé su guía, su líder, oh querido Salvador”. En ese
momento supe que estaba librado del castigo que me había amenazado durante
tanto tiempo. Estaba salvado, perdonado. Tenía vida eterna. Dios había iniciado su
obra en mí. Ahora comprendía las palabras que había oído con frecuencia, y se
hicieron reales para mí: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para
que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). “Más él herido
fue por nuestra rebeliones; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga
fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).
Mi lucha por seguir
¿Qué ocurrió después de eso? Al comienzo seguí con mi servicio sacerdotal lo
mejor que pude. Pero poco a poco comencé a sentirme como un extraño en esa
posición. Comprendí que la gracia que me había salvado, que me había convertido en
hijo de Dios, entraría en conflicto con las “obras” de la posición en que estaba
tratando de vivir. Estaba contento de tener la seguridad de mi salvación. Pero me
sentía atado en una posición en la que se me esforzaba a hacer buenas obras para
merecer la salvación. Tenía la salvación, así que comencé a dejar de lado una a una
todas esas obras. El orden y la presentación de mis predicaciones cambiaron. Todo lo
que me interesaba era Jesús: quién era y lo que había hecho. Abandoné los temas
preparados de antemano por la organización litúrgica de mi diócesis, para dedicar
todos mis esfuerzos a la Persona y la Obra de mi amado Salvador, presentándolo así
a mis sorprendidos fieles, que se sentían a veces confundidos pero con frecuencia
edificados. Pedí ser librado de mis funciones como sacerdote parroquial, ya que no
podía seguir predicando lo que entraba en contradicción con la Palabra de Dios. Mis
superiores aceptaron mi renuncia, aunque no podían entender por qué quería irme.
En verdad me habían tratado muy bien, haciéndome muchas concesiones; por lo que
a ellos les constaba, no me faltaba nada. Eso era verdad, en lo referente a comida,
ropa, techo, etc. Pero ahora tenía la seguridad de mi salvación. Ahora Cristo era mi
Señor. Ya no necesitaba hacer nada para ganar mi salvación; otro la había ganado
por mí. El mismo continuaría la obra iniciada, porque nunca hace su obra a medias.
La visita de cristianos
Volví a Quebec, Canadá, en 1965, para un período de descanso. Poco después,
me visitaron cristianos evangélicos. ¿Cómo sabían de mi interés por la Palabra de
Dios? Fueron francos conmigo: el personal de la estación radial HCJB les había dado
mi nombre. Sin embargo, aunque encontré muy edificante su conversación, no me
abrí completamente a ellos. No quería caer en otro sistema teológico, por haber
estado reprimido durante años por el sistema en el que había nacido y en el que
había crecido y vivido durante alrededor de cuarenta años. Sin embargo oré al Señor
para que me ayudara a encontrar hermanos y hermanas con quienes pudiera unirme,
para no sentirme tan solo. Conocía la experiencia de los primeros cristianos, por los
relatos de los Hechos: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión
unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42). ¿Sería
posible que los cristianos todavía se reunieran en nuestros días para recordar al
Señor, esperando su regreso? Dios, que había provisto para la salvación de mi alma,
proveería una vez más para revelarme la existencia de sus hijos.
Nueva tarea
Mis superiores en Montreal me llamaron para invitarme a reemplazar a un
profesor de teología en un Instituto en Rouyn. Dudé en aceptar el cargo,
principalmente porque nunca me había gustado la región de Abitibi, de la que Rouyn
es la ciudad principal. De todos modos acepté, ya que sería solamente por unos
meses. La asignatura que debía enseñar era “La Iglesia”. Me dieron acceso a todos
los libros que fueran necesarios para la preparación de mis clases.
Comencé a prepararlas usando solamente la Biblia. Expliqué a los estudiantes lo
que era la iglesia, de acuerdo a la Biblia. Admito que yo mismo tenía dificultad en
entender lo que estaba enseñando. Era un contraste tan grande con la iglesia
jerárquica en la que todavía me encontraba. Disfruté mucho el estudio de ese tema.
Usaba un pequeño grabador para ilustrar las lecciones, les hacía escuchar a los
estudiantes algunas entrevistas que había hecho al público en general en diferentes
lugares de la ciudad.
Un día supe por un periódico que habría un programa de televisión cuyo tema
sería “La Iglesia”. Grabé el programa para utilizarlo en mis clases y descubrí que el
tema había sido tratado desde el punto de vista de lo que enseñaba la Biblia. Me
impresionó tanto la similitud entre la presentación de esta persona desconocida,
quien supe después que era un cristiano evangélico, y la mía, que envié una nota de
agradecimiento al predicador, invitándolo a venir a visitarme si le resultaba posible.
Vino, y reconocí en él a alguien que conocía al Señor. Después de varias visitas, me
invitó a su hogar para pasar un domingo con su familia. En esa visita asistí por
primera vez a un servicio en “Memoria del Señor”.
Dios contesta mis oraciones
Reconocí en ese servicio al que estaba descripto en 1 Corintios 11 y comprendí
que Dios había contestado mi oración, al guiarme a los hermanos y hermanas en el
Señor, y al mostrarme que los cristianos en nuestros días efectivamente se reúnen
como iglesia local para recordar al Señor mientras esperan su regreso. “Así, pues,
todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor
anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26).
Poco después, escribí a mis superiores en Montreal, anunciándoles la noticia de
que había hallado una familia, y pidiéndoles que me consiguieran una dispensa de
todos los votos que había hecho a la Iglesia Católica Romana, porque ya no me
consideraba miembro de ella. Mi vida ahora pertenecía al Señor y la dirección que
tomara estaba bajo su control.
Nueva vida en el Señor
Fue así como el Señor me liberó, no solamente de mis pecados, no solamente de
Su condenación, sino también de todo sistema humano que reprime y significa una
carga pesada. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”
(Romanos 8:1‐2)

Joseph Tremblay habla con fluidez el idioma francés, el español y el inglés. Hace
obra de evangelización en diferentes países. En 1995 fue a Irlanda para presentar el
evangelio y dar su testimonio, y para explicar el contraste entre el cristianismo
bíblico y el catolicismo romano.
Traducido por Dante Rosso

Keeping Prophets, Prophecies and Circumstances Straight: Pamphlet on "Major Prophets" by Rose Publishing


Major Prophets Pamphlet Download

I find this pamphlet on the Major Prophets to be exceedingly helpful.  One of the particularly useful aspects of it is the map, where the successive empires are shown:  the outlines of the Assyrian and Babylonian Empires are superimposed over the general map, where one can view the entire Mediterranean area comprised of its numerous countries, with little Israel and Judah highlighted, as well: I have always found this aspect a little confusing, so, here is visual clarification!  Rose Publishing pamphlets often utilize tables, and the ones here, along with a timeline, help us keep prophets, prophecies and groups to whom they are given, all clear.  The introduction, stating the purpose for the prophecies. along with reasons to read them, also provides motivation to the reluctant reader.  This is a splendid aid to the study of the longer prophetical books. I thoroughly recommend the it and plan to purchase copies.  I received a pamphlet in return for a frank review.

Sunday, October 25, 2015

Rose Publishing: "Timeline of Church History"


Basic Church History Time Line - Pamphlet

Of course, we would want to be far more conversant with the Bible, its stories, teachings and doctrines, and, supremely, with its Divine Author, than with the later history of the church.  Having said that, it is also true that knowledge of Christian history is a very enlightening matter, and, if you agree with this, you will thoroughly enjoy the Timeline of Church History just out this week from Rose Publishing.

“I will build my church, and the gates of hell shall not prevail against it,” said our Lord, and it becomes evident that this has been exactly the case.  Historical facts helps us realize how exponentially Christianity spread, yet how soon error entered in, and institutionalization, in a few cases, rendered it more dead than alive. It can help us realize, humbly, the price that many have paid, and are paying, for their loyalty to Christ and to His Word. I must say that I love this timeline -- I would suggest, though, that in future editions, Christianity's first century spread to India and other apostolic evangelistic sites be included.  I received free access to the timeline in return for a frank evaluation..

Wednesday, October 21, 2015

Accommodating Physical and Mental Disabilities in the Church

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Just yesterday, my husband received a phone call from a friend in the church whose son has autism.  The boy had been accompanying his father to meetings, had not been at all disruptive, and the only irregularity one might have noted is that he would fall asleep from time to time on the back bench where they customarily sat.

Most people were happy about the fact that this teenage boy had been brought to services by his father, and one lady, in fact, said:  "We need boys like this," in order to broaden our understanding and to open our hearts.

In his conversation with my husband, however, the father of that boy mentioned that someone in the church had told him that it would be better if he did not bring the boy to meetings!  This statement was one that was very astonishing to us, given the fact that the Lord Jesus, in his time on earth, received, over and over, those with disabilities and, one would think, would have rebuked those in our present day who reject them, were He present in a physical way in our midst.

Persons with disabilities often, nowadays, find that ramps have been built to accommodate those with wheelchairs.   That is a small beginning, but, persons with other disabilities, that do not necessarily involve the use of a wheelchair, often find that church buildings and programs are built to take account only of those with normal functions.  They may find, furthermore, that attitudes within the church are not inclusive of those with a disability.  

However, there is hope on the horizon.  Various church groups have started to address these two problems, and one of them has even produced a manual helpful to those wishing to be inclusive and helpful to those with a disability of one type or another.  While your church may be different in emphasis and practice from the one producing the manual, I think that you will find this little booklet helpful, if only as a place to start thinking about disability and the church.  The link to it is:

Disability Resource Manual: A Practical Guide for Churches and Church Leaders




While your group may not wish to employ the particular practices mentioned in this manual, it will undoubtedly find this little volume helpful, if only as a catalyst for thought.